3 abr 2012

¿Qué hacer con los libros?


Hace poco leí en el blog 100 volando de Alejandro Rozitchner, un post que me gustó y quería compartirlo ya que es acerca de los acumuladores de libros, como yo.



Los que padecemos el vicio de los libros… basta de hipocresía: los que somos fanáticos acumuladores de libros, o bien porque nos gusta leerlos o bien porque disfrutamos del ambiente que se arma al tenerlos cerca, sabemos que una vez que crece una biblioteca se transforma en algo así como un habitante más de la casa. En las mudanzas se hace evidente: mudar los libros es más trabajoso que mudar efectos personales o que mudar la ropa, al menos en los casos de hombres poco coquetos y muy dedicados al ensimismamiento explorador del mundo que se produce en la lectura.

¿Qué hacer con una biblioteca?

Opciones:

Armarla: comprar, comprar y recibir de regalo, comprar nuevos y comprar usados, buscar en otros lugares, encontrar, sobre todo encontrar cosas que a uno le pertenecen por interesarle tanto, que por fin son nuestras como siempre debieron serlo. Hacerles espacio en la casa, poner estantes, dibujar bibliotecas y decirle a Tito como las tiene que hacer, poner más estantes, pedir más bibliotecas, recoger alguna estantería tambaleante de la calle y pintarla para ponerle más libros. Fijarse si están bien agarradas, fantasear con que los estantes ceden y algún pariente queda atrapado, o que a alguien se le revienta la cabeza de tanto peso editorial.

Disfrutarla: servirse de ella algo no leído, como quien dispone de riquezas innumerables (eso es lo que en realidad sucede), repasar los lomos y los nombres, ordenando la sucesión de lecturas, agarrando dos o tres para examinarlos y ver a cual quiere uno dedicarle atención, rebuscar en los lugares más difícilmente accesibles los títulos de los que uno tiene menos conciencia, etc. Hay quien (yo) disfruta de la aventura constante que provoca una biblioteca desordenada, en la que su dueño mismo no sabe qué va encontrar, cuando y dónde. La biblioteca es así un mundo de sorpresas. Siempre está la posibilidad de agarrar esa biografía de Cleopatra comprada tan barata y volverse faraón. Además, qué lindas quedan las paredes forradas de libros, acolchadas por las palabras, los sentidos, las ideas, las historias. Paredes revestidas de momentos de intensidad, y me refiero a los momentos de la lectura o a los de los personajes mismos: todo está rodeado de mundo humano, de hechos, datos, imágenes, momentos. Difícil sentirse solo.

Depurarla: no se pueden tener tantos libros, algunos completamente al pedo, ¿cuándo voy a volver a leer este, que ni siquiera me gustó tanto? ¿Y este otro? ¿En qué estaba pensando cuando lo compré? O bien: este tema no volverá a mi vida, me hartó. O bien: uf, este regalo no lo quiero ni ver. O bien: este tipo es un tarado, no quiero tener sus palabras en mi casa. Se junta cada tanto en cajas una cantidad de libros y se echan de casa. Al reciclaje de una librería que canjee libros usados (se pueden conseguir cosas buenísimas, pero no se soluciona el tema del espacio dedicado a la página, en todo caso se reduce en un porcentaje menor), o a la donación patriótica. Pero la donación es medio rara, porque se trata de los libros descartados, ¿acaso uno “dona” la parte de su espíritu que desecha, su desperdicio? Estas ideas que me parecen una bosta las doy a los pobres que las van a aprovechar: no es una linda actitud. Se dona a la basura, entonces, por más que antes de la basura siempre hay alguien más que mira las cosas antes de mandarlas a la destrucción final.

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