30 abr 2013

Réquiem por el periodismo (por tv) por León Krauze


El periodista y escritor León Krauze escribió una interesante columna de opinión en el diario Milenio de México, acerca del periodismo televisivo. Aquí la dejo para compartir.

El año pasado participé en una reunión en el laboratorio de innovación de la escuela Annenberg de comunicación en la Universidad del Sur de California. Además de conocer nuevas interfases entre el consumidor de medios y la plataforma de transmisión que harán que el actual control remoto parezca un cacharro medieval, pude platicar con varios jóvenes empresarios dedicados a volver obsoleto todo lo que le resulta familiar a mi generación. Uno de ellos, un estudiante de unos 20 años de edad que tiene un start-up muy exitoso de edición de video, me preguntó a qué me dedicaba. Cuando le dije que era periodista, sonrió con algo cercano a la misericordia. “Ustedes la van a pasar cada vez peor conforme sigan avanzando las nuevas tecnologías”, me dijo a manera de advertencia amistosa. Primero, reaccioné indignado: me sentí como un pájaro dodo al que le avisan que los cazadores están en camino. La rabia me duró un par de minutos y luego opté por pedirle más datos al chamaquísimo agorero.

Procedió a explicarme cómo la velocidad de la información ha ido engullendo distintos productos mediáticos acostumbrados a respetar cierta temporalidad. Las revistas semanales ya no pueden compartir información semanal, porque toda ya ha sido digerida y debatida hasta el hartazgo en los días previos a la publicación. Lo mismo le ha ido ocurriendo a los diarios, que simplemente se han dado por vencidos ante la imposibilidad de revelar algo nuevo para una audiencia acostumbrada a la información inmediata. En este diagnóstico, los periódicos poco a poco evolucionarán hasta enfocarse solamente en trabajos de investigación de largo alcance y planeación: revelarán noticias en reportajes, pero no en notas periodísticas, que serán propiedad casi exclusiva de medios más veloces. En otras palabras, rara vez lograrán “dar la nota”; solo podrán contextualizarla, ampliarla. El último bastión del periodismo tradicional en caer, me explicó mi interlocutor, serían la televisión y la radio de noticias. En casi todos los casos, las redes sociales y otras plataformas similares serían mucho más veloces en la revelación de información que los reporteros televisivos o radiofónicos. Salvo en instancias muy específicas, como la de un reportero de guerra en medio de la acción, los periodistas formales estábamos destinados a perder la batalla por la exclusiva. Sería, me aseguró, como pedirle a un corredor griego que tratara de alcanzar a Usain Bolt. “Cuestión de evolución”, concluyó. Me deprimí.

Me acordé de aquella conversación ominosa cuando seguí paso a paso la debacle del periodismo televisivo durante el reporte de los bombazos de Boston y las horas posteriores. Si es verdad que el periodismo por televisión en su versión CNN está destinado a la extinción —o al menos a una reinvención drástica— la cobertura de la persecución de los hermanos Tamerlan y Dzokhar Tsarnaev quedará grabada como el momento en que el asteroide aniquilador anunció su presencia en la atmósfera.

En su afán por ganarle la carrera a las redes sociales, los reporteros de las distintas cadenas de televisión intentaron obtener información exclusiva. En muchos casos, sus fuentes los llevaron por caminos imprecisos. En otros, por desgracia, les revelaron datos completamente falsos que los reporteros, desesperados ante el flujo imparable de información en línea, difundieron sin antes corroborarlos. El caso más dramático fue el de John King, uno de los periodistas más respetados de CNN. La carrera y la capacidad de King son indudables. Galardonado corresponsal de guerra, King además cubrió la Casa Blanca para CNN durante seis años. Es un hombre respetado y conectado con medio mundo. Aún así, durante la cobertura de Boston, cometió el error de dar por buena la filtración de la supuesta detención de un sospechoso “de piel oscura”. A pesar de la súplica de su compañero Wolf Blitzer, que pedía claridad, King insistió: dos fuentes le habían “confirmado” que la policía de Boston había detenido a un posible responsable de los atentados. La vergüenza fue mayúscula cuando minutos después, las propias autoridades desmintieron a King, CNN, y otras cadenas. John King tuvo que leer al aire un desmentido de la policía en el que, palabras más palabras menos, lo acusaban de adelantarse a los hechos, es decir, de faltar al primer mandamiento de su profesión (que es la mía): no difundirás información no confirmada. Días después, el presidente Obama bromeó sobre el incidente: “Admiro el compromiso de CNN con cubrir todos los ángulos de una noticia: en una de esas, uno resulta cierto”.

Lo dicho: renovarse o morir.

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